Familias de barrio de Chapinero viven de tallar piedra, pero dicen que su trabajo no es reconocido.
Con las manos rojas y callosas de tanto martillar, generaciones de artesanos de la piedra han pasado sus días en los costados de la vía a La Calera, dándole forma a la piedra 'muñeca', la misma que por años les ha dado de comer.
La historia de esta generación se remonta a décadas atrás, cuando el Ministerio de Defensa de la época trajo a varias familias a explotar las canteras ubicadas en los cerros orientales. "Como mis abuelos, don Marcos y doña Bárbara, ellos trabajaban sacando recebo", afirma Eduardo Hernández, un artesano de piel quemada por ese cambiante clima de la ciudad.
El trabajo diario de esas familias los forjó como talladores. Nadie les enseñó: sólo se inspiraban al ver esas piedras enormes que, a punta de cincel, tomaban formas inimaginables. "Ellos comenzaron a hacer piletas para darles de comer a los pajaritos -añade Eduardo-. Luego, fueron haciendo figuras labradas, fuentes, chimeneas y otras esculturas que les pedían ".
Con el tiempo, se asentaron en los cerros mientras la ciudad crecía hacia los lados. "Al comienzo, la piedra se extraía de la montaña, pero luego la CAR nos prohibió hacerlo. Desde ese día la piedra se trae de otros aserríos, pero el transporte es caro. Cada seis meses nos surtimos, porque ya sabemos que debemos cuidar nuestro entorno", cuenta, a su turno, Adrián.
Los sacrificios
Tallar las piedras no es un trabajo fácil. A estos artesanos les ha costado hasta su salud dedicarse al oficio. "Mis abuelos murieron enfermos de los pulmones y, por ese mismo camino, vamos nosotros", sentencia Eduardo, que solo se protege con una improvisada careta. Los fuertes dolores de espalda también los aquejan. "Mover bloques de piedra no es fácil", apunta Adrián.
Pero las dolencias físicas pasan a un segundo plano. Lo que realmente los aflige es sentirse olvidados por el Distrito y por la alcaldía local de Chapinero. "Nosotros nunca hemos sido reconocidos como artesanos, nunca nos han incluido en una feria, ni han mostrado en el exterior todo lo que hacemos", se lamenta Eduardo.
Eso los ha hecho pensar en cambiar de oficio, pero muchos de estos talladores sólo llegaron a estudiar hasta quinto de primaria. "Si no fuera por el amor al oficio, hace rato habíamos tirado la toalla", agregó el tallador.
El único aliciente para estos hombres son los turistas que, al ver los trabajos terminados, quedan anonadados. Para ellos eso es un orgullo, pues la gente los felicita y los elogia por su trabajo, saben que sus obras, que duran hasta un mes en ser talladas, adornan los exteriores de varias casas y haciendas de la sabana de Bogotá, propiedad de actores o reconocidos políticos.
En el barrio Bosques de Bellavista, donde habitan todos estos artesanos, se conocen por el oficio. De hecho, unas 120 familias viven de vender estas obras.
Al final del mes, lacerados de trabajar durante horas con macetas, punteros y escuadras, estos artesanos a duras penas alcanzan a reunir lo de un mínimo y con eso intentan mantener a sus familias.
Mientras el Distrito se acuerda de ellos, ver el diario amanecer capitalino y tomarse un tinto caliente seguirá siendo, por ahora, el aliciente de los hombres picapiedras.
La historia de esta generación se remonta a décadas atrás, cuando el Ministerio de Defensa de la época trajo a varias familias a explotar las canteras ubicadas en los cerros orientales. "Como mis abuelos, don Marcos y doña Bárbara, ellos trabajaban sacando recebo", afirma Eduardo Hernández, un artesano de piel quemada por ese cambiante clima de la ciudad.
El trabajo diario de esas familias los forjó como talladores. Nadie les enseñó: sólo se inspiraban al ver esas piedras enormes que, a punta de cincel, tomaban formas inimaginables. "Ellos comenzaron a hacer piletas para darles de comer a los pajaritos -añade Eduardo-. Luego, fueron haciendo figuras labradas, fuentes, chimeneas y otras esculturas que les pedían ".
Con el tiempo, se asentaron en los cerros mientras la ciudad crecía hacia los lados. "Al comienzo, la piedra se extraía de la montaña, pero luego la CAR nos prohibió hacerlo. Desde ese día la piedra se trae de otros aserríos, pero el transporte es caro. Cada seis meses nos surtimos, porque ya sabemos que debemos cuidar nuestro entorno", cuenta, a su turno, Adrián.
Los sacrificios
Tallar las piedras no es un trabajo fácil. A estos artesanos les ha costado hasta su salud dedicarse al oficio. "Mis abuelos murieron enfermos de los pulmones y, por ese mismo camino, vamos nosotros", sentencia Eduardo, que solo se protege con una improvisada careta. Los fuertes dolores de espalda también los aquejan. "Mover bloques de piedra no es fácil", apunta Adrián.
Pero las dolencias físicas pasan a un segundo plano. Lo que realmente los aflige es sentirse olvidados por el Distrito y por la alcaldía local de Chapinero. "Nosotros nunca hemos sido reconocidos como artesanos, nunca nos han incluido en una feria, ni han mostrado en el exterior todo lo que hacemos", se lamenta Eduardo.
Eso los ha hecho pensar en cambiar de oficio, pero muchos de estos talladores sólo llegaron a estudiar hasta quinto de primaria. "Si no fuera por el amor al oficio, hace rato habíamos tirado la toalla", agregó el tallador.
El único aliciente para estos hombres son los turistas que, al ver los trabajos terminados, quedan anonadados. Para ellos eso es un orgullo, pues la gente los felicita y los elogia por su trabajo, saben que sus obras, que duran hasta un mes en ser talladas, adornan los exteriores de varias casas y haciendas de la sabana de Bogotá, propiedad de actores o reconocidos políticos.
En el barrio Bosques de Bellavista, donde habitan todos estos artesanos, se conocen por el oficio. De hecho, unas 120 familias viven de vender estas obras.
Al final del mes, lacerados de trabajar durante horas con macetas, punteros y escuadras, estos artesanos a duras penas alcanzan a reunir lo de un mínimo y con eso intentan mantener a sus familias.
Mientras el Distrito se acuerda de ellos, ver el diario amanecer capitalino y tomarse un tinto caliente seguirá siendo, por ahora, el aliciente de los hombres picapiedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario